martes, 25 de noviembre de 2014



LA NIÑA GIGANTE


Llegó en un día de otoño, pequeña, y decidida. La vida la tomó en sus brazos y le sopló en la mejilla con su aliento cálido y suave. Acarició su piel blanca y tersa, iluminó sus ojos con el color de la esperanza y la niña sonrió.

Un día, la niña empezó a caminar. El camino era ancho, de barro blando y espeso. La niña dejaba unas huellas profundas con sus pequeños pero firmes pies. A pesar de eso, su débil cuerpo se hundía. Entonces, la vida le tendió una cuerda y la niña se asió a ella. Al mirar atrás, vio con sorpresa el largo camino que había ya andado.

Al tiempo, la niña se topó con una montaña alta y escarpada y empezó a trepar. Sus finos y frágiles pies rozaban los afilados cantos de las rocas. Hizo un alto en el camino y el descanso se le antojó placentero y cómodo. « ¿Por qué no quedarse aquí?», se preguntó,     « Aquí estoy segura y veo todo desde arriba». Pero irguió la cabeza y percibió algo precioso que asomaba en la cima; y sintió curiosidad.

Al verla cansada y confusa, la vida se hizo bastón y la invitó a seguir subiendo la montaña. Al llegar arriba, la niña notó que le faltaba el aire. Se sentó y miró hacia abajo. A penas si veía los pies de la montaña y aquellas rocas adustas que habían herido sus pies se habían convertido en canicas.

—¿Cómo he podido llegar hasta aquí? —se preguntó

La vida se sentó a su lado y la rodeó con su ancho y firme brazo.

—¿Por qué he tenido que hundirme en el camino? ¿Por qué subir esta montaña rocosa y escarpada?

—Porque estaban ahí —le dijo la vida.

La niña se sintió feliz porque el camino había sido hermoso, porque se sentía con coraje y fuerte como un gigante. Se abrazó muy fuerte a la vida y ésta le enseñó a lo lejos el camino de barro y la pequeña colina por la que la niña había subido.

—¡Qué pequeños!, ¡Qué insignificante todo!

—No —dijo la vida— Lo ves así pero lo que pasa es que tú eres grande.

Al otro lado de la montaña le enseñó otros caminos, largos, cortos, anchos y estrechos. Cientos de pequeñas colinas, y puentes rotos. La niña sonrió. Cogió a la vida de la mano y juntas emprendieron un nuevo camino.

Ahora veo a esa niña, recorriendo caminos angulosos y llenos de retos. La veo crecer con un corazón fuerte.

¡Qué suerte haber conocido a la niña Gigante!


Noviembre, 2014