sábado, 13 de diciembre de 2014

<<No hemos de preocuparnos de vivir largos años, sino de vivirlos satisfactoriamente; porque vivir largo tiempo depende del destino, vivir satisfactoriamente de tu alma. La vida es larga si es plena; y se hace plena cuando el alma ha recuperado la posesión de su bien propio y ha transferido a sí el dominio de sí misma>> (Séneca, Cartas a Lucilio)

Cada persona tiene cinco dimensiones, siendo el proyecto de vida una de ellas. Los seres humanos buscamos un objetivo o meta que de sentido a nuestra existencia y que enlazamos sistemáticamente con un sentimiento de felicidad y de plenitud.

Como bien dicen tanto esta cita como Fernando Savater en su libro ‘Ética para Amador’, el destino nos pone obstáculos el camino que nos lleva a esa meta. Así, hay dos tipos de personas; aquellos que se paran en cada obstáculo, disfrutando de los detalles sin perder de vista la meta y, por otro lado, están aquellos que los saltan sin reparar en ellos, obsesionados por llegar al final y por los beneficios que supuestamente trae consigo. Éstos últimos puede que lleguen a la meta antes que los primeros, disfrutando de ella por más tiempo. Sin embargo, puede que el final sea más insulso de lo esperado, que no nos lleve a la felicidad o que sí lo haga pero de manera diferente a la que pensábamos. 
Igualmente puede que el camino esté lleno de obstáculos que en realidad no merecen la pena y que el pararnos a intentar disfrutar de ellos no sea más que una pérdida de tiempo. No tenemos la garantía de que el recorrido vaya a ser bueno ni de que el final vaya a ser satisfactorio así que, ¿por qué no intentar disfrutar al máximo de, sino todas, la mayoría de las cosas que se cruzan en nuestro camino, o por decirlo de otro modo, alimentar el alma para nuestro propio beneficio con cada obstáculo superado?

Por otro lado, la vida es algo frágil, fácil de romper.  Cáncer, un autobús o la vejez son solo ejemplos de los innumerables contratiempos que el caprichoso destino pone de por medio, llevándonos a ese momento en el que todo acaba, y queda solo la satisfacción de haber tenido una vida plena; llega la muerte sin avisar y nos preguntamos si ha merecido la pena, si hemos exprimido todo el tiempo que se nos ha regalado. Por lo tanto, ¿no será mejor disfrutar del recorrido y cuando lleguemos al final, sentirnos felices tanto por el hecho de llegar como por lo vivido antes de ello?


El destino establece una fecha de caducidad, obligándonos a vivir una vida de duración predeterminada. Sin embargo, cómo la vivimos está de nuestra mano. Podemos elegir vivir una vida que, aunque corta, sea satisfactoria, y es recomendable aprovechar para ello lo que, de algún modo, podemos considerar una libertad de elección condicionada. 

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